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¿Unos Pocos Segundos o Unas Pocas Horas?
   
 
 
 

Pensemos en un descanso típico. Después de meses de duro trabajo llegan las vacaciones de dos semanas de duración y nos dirigimos al lugar favorito para el reposo tras un viaje de ocho horas. La sala de recepción del sitio de veraneo está llena de gente que ha llegado con el mismo objetivo. Incluso reconocemos y saludamos a algunas personas. El clima es cálido y no queremos perdernos ni un momento para aprovechar al máximo el sol y el mar calmo. Nos dirigimos presurosos a nuestras respectivas habitaciones, nos cambiamos de ropa y corremos a la playa. Ya disfrutando las aguas cristalinas, somos sobresaltados por una voz que nos dice: “¡Levántate pues llegarás tarde al trabajo!”.

Nos parece un absurdo y por un momento no entendemos qué está sucediendo, pues existe una incomprensible discrepancia entre lo que se oye y lo que se ve. Al despertarnos y vernos en la cama, advertimos muy sorprendidos que todo eso fue un sueño y pensamos: “supuestamente viajé ocho horas para llegar a la playa. A pesar del frío helado de hoy día, en el sueño sentí el calor del sol y que el agua me salpicaba el rostro”.

El viaje de ocho horas hasta el complejo turístico, el tiempo pasado en el lugar de recepción, en resumen, todo lo referido a esas “vacaciones”, en realidad fue un sueño de unos pocos segundos. Aunque no se distinguía de la vida real, lo que se experimentó como algo efectivo no era más que un sueño.

Esto sugiere que, tranquilamente, en algún momento, podemos despertarnos de nuestra vida terrenal, del mismo modo que nos despertamos de nuestro sueño en la cama. En ese momento, seguramente, los incrédulos expresarán exactamente el mismo tipo de asombro que quien suponía estar de vacaciones pero sólo estaba soñando. Puede ser que siempre crean que sus vidas son sumamente prolongadas en el tiempo. No obstante, cuando sean recreados (luego de muertos), percibirán que el período de tiempo que les pareció de 60 – 70 años se presenta como de unos pocos segundos. Dice Dios:

Dirá (Dios): “¿Cuántos años habéis permanecido en la tierra?”. Dirán (los incrédulos y los de poca fe): “Hemos permanecido un día o parte de un día. ¡Interroga a los encargados de contar (es decir, a los ángeles)!”. Dirá (Dios): “No habéis permanecido sino poco tiempo. Si hubierais sabido… (Corán, 23:112-114)

Ya sea que el ser humano tenga 10 ó 100 años, eventualmente, es decir, luego de la muerte y resurrección, comprobará lo corto que es el período de vida, como se relata en los versículos citados. Es el caso de la persona que se despierta y se amarga porque comprueba la desaparición de todas las imágenes agradables de unas largas vacaciones, soñadas en unos pocos segundos. De la misma manera, la brevedad de la vida golpeará al ser humano cuando se dé cuenta de que estuvo “durmiendo” un corto tiempo (aunque cuando “dormía” le parecía lo opuesto). Dios nos lleva a considerar cuidadosamente esta realidad:

El día que llegue la Hora (del Juicio), jurarán los pecadores que no han permanecido (en la sepultura) sino una hora (es decir, en el sentido de un lapso muy breve de tiempo). Así estaban de desviados (ya en la tierra)… (Corán, 30:55).

Tanto los que vivan unas pocas horas como los que lo hagan por setenta años o más, tienen una existencia limitada en este mundo… y lo limitado está condenado a finalizar en algún momento. Se perdure 80 ó 100 años, cada día que pasa nos acerca al momento predestinado. Y esto lo experimenta el ser humano a lo largo de su estadía sobre el planeta. Independientemente de los planes mundanales a largo plazo que proyecte, todo lo que vaya consiguiendo le resultará algo “pasajero”.

Consideremos, por ejemplo, un joven que recién entra a la escuela secundaria. Aunque le parece lejano el momento de graduarse y lo anhela mucho, casi sin darse cuenta ya se está anotando en el colegio superior o universidad. Para entonces, prácticamente casi no se acuerda de un montón de situaciones en la escuela secundaria, preocupado por las cosas de la nueva etapa. Se propone sacar todo el provecho posible de esos preciosos años juveniles para liberarse de los temores por el futuro en lo mundanal y se plantea objetivos en tal sentido. Poco después ya está preparado para casarse, cosa que deseaba con fuerza. El tiempo le transcurre más rápido de lo que esperaba, se transforma en padre de familia, luego en abuelo y más tarde ve como declina su salud. Se va olvidando de los momentos que le produjeron alegría en su juventud y le invade de a poco el decaimiento y la debilidad para recordar. Pierde el interés por las cosas que le obsesionaban en su juventud. Ante sus ojos se despliegan unas pocas imágenes. Se aproxima el momento señalado. Sólo pasarán unos cuantos años, meses o días. Así llega a su fin con un servicio funerario y rodeado por los miembros de su familia y amigos cercanos. Esta es la clásica historia del ser humano, sin excepción. La verdad es que nadie dejará de pasar por dicho proceso.

Desde el comienzo de la historia Dios ha instruido al ser humano acerca de la naturaleza temporal de este mundo y describió la otra vida como la residencia eterna y verdadera de todos. En Su revelación Dios describe muchos detalles del Paraíso y del Infierno. No obstante, el hombre tiende a olvidar esas verdades esenciales y hace todo tipo de esfuerzos sólo por esta vida, aunque sea corta. Unicamente quienes asumen un enfoque racional respecto a lo dicho pueden percibir claramente y ser conscientes del escaso valor de esta existencia, comparada con la eterna. Es decir, el único objetivo nuestro en esta vida es obtener el Paraíso ―un lugar eterno junto a la generosidad de Dios― al que El dota abundantemente de todo lo bueno. El camino exclusivo a seguir es el de la búsqueda de Su contento mediante una fe auténtica. Por otra parte, quienes no meditan sobre el inevitable fin de este mundo y en consecuencia viven equivocadamente, son merecedores de la perdición eterna.
En el Corán se habla del horrendo fin que encuentran estos últimos:

Y el día que les congregue (Dios), será como si no hubieran permanecido más de una hora del día. Se reconocerán. Perderán quienes hayan desmentido el encuentro de Dios. No fueron bien dirigidos. (Corán, 10:45).

 

 

 

   
 
 
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