A lo largo de la vida nos proponemos una serie de objetivos: riqueza, posesiones, elevada consideración social, esposa e hijos. Lo mencionado es parte de las metas que la mayoría persigue y los planes y los esfuerzos se dirigen a cumplimentarlos. A pesar del hecho incontrastable de que todo tiende a avejentarse y a la extinción, casi nadie puede dejar de ligarse intensamente a distintas cosas. Pero el automóvil que un día es moderno, luego se convierte en antiguo. Debido a causas naturales, la rica tierra de una granja se vuelve árida. La persona bella pierde esa condición. Cada ser humano, cuando muere, deja todos los bienes que había acumulado. No obstante, aunque lo dicho se trata de verdades irrefutables, el hombre tiene una devoción incomprensible por las cosas de valor material.
Los que proceden así obcecadamente, comprobarán que consumieron sus vidas persiguiendo ilusiones y, después de la muerte, la situación ridícula en la que se hallarán. Recién en ese momento les quedará en claro que el propósito último de la vida es ser un sincero siervo de Dios.
En el Corán se habla de esta “profunda ligazón” a lo mundanal:
El amor de lo apetecible aparece a los hombres engalanado: las mujeres, los hijos varones, el oro y la plata por quintales colmados, los caballos de raza, los rebaños, los campos de cultivo… Eso es breve disfrute de la vida de acá. Pero Dios tiene junto a Sí un bello lugar de retorno. (Corán, 3:14).
Por lo general ocupamos nuestro tiempo en cosas de este mundo. Pero quienes reconocen la grandeza y el poder de Dios, son conscientes de que todo lo que se les concede es, simplemente, herramientas para obtener Su contento. En ese caso también comprenden que ser siervos de El es el objetivo principal. Pero las ambiciones nublan la visión, lo que lleva a perder la fe auténtica, la confianza en Dios y a esperar sólo grandes cosas en este mundo engañoso.
Resulta sorprendente que el ser humano olvide todo acerca del otro mundo, infinitamente superior como residencia, y que quede satisfecho con el que vive ahora. Aunque no se tenga una fe acabada, la más leve “probabilidad” del Más Allá debería hacer que, al menos, se asumiera una actitud más cuidadosa.
Los creyentes, por otra parte, son totalmente conscientes de que la otra vida de ninguna manera es una “probabilidad” sino una realidad, motivo por el cual todos sus esfuerzos apuntan a lograr el Paraíso. Comprenden perfectamente lo amargo que será el desengaño en el otro mundo después de haber consumido el tiempo acá en deseos vanos. Son concientes de que la riqueza acumulada bajo la forma de grandes cuentas bancarias, automóviles, mansiones lujosas, etc., no serán aceptadas para el rescate del castigo eterno. Por otra parte, ni los familiares ni los amigos más entrañables estarán presentes para salvarles de la congoja eterna. Sino que, cada alma intentará salvarse por sí misma. No obstante, la mayoría de la gente asume que esta vida no continúa en el Más Allá y abraza con gran codicia este mundo. Dice Dios:
El afán de lucro (o de superioridad) os distrae hasta la hora de la muerte. (Corán, 102:1-2)
La atracción por las posesiones mundanales es, sin duda, la clave de la prueba. Todo lo maravilloso de que disponemos es creado por Dios y dura relativamente muy poco. Lo hace así, para que pensemos y comparemos lo que se nos otorga en este mundo con lo prometido para el otro. Esta es “la clave” de la que hablamos. La vida terrenal es realmente magnífica. Totalmente colorida y atractiva, revela la gloria de la creación de Dios. Sin duda, llevar una buena vida y disfrutarla es algo deseable y se ruega al Todopoderoso por ello. No obstante, lo dicho no puede ser nunca el propósito último pues resulta mucho más importante obtener el contento de Dios y el Paraíso. Por lo tanto no deberíamos olvidarlo en tanto gozamos de los favores que recibimos aquí. Dios nos advierte acerca de esta cuestión:
Lo que habéis recibido no es más que breve disfrute de la vida de acá y ornato suyo. En cambio, lo que Dios tiene es mejor y más duradero. ¿Es que no razonáis? (Corán, 28:60).
El gran afecto por las cosas mundanales es una de las razones que nos lleva a olvidar la otra vida. Además, es importante recordar que nunca encontramos la felicidad auténtica, la paz interior y la satisfacción plena en las cosas materiales que abrazamos ávidamente o por las que trabajamos intensamente. A eso se debe que siempre haya deseos imposibles de satisfacer, pues las apetencias del ego nunca cesan y la búsqueda de “más y mejor” es permanente.
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