El matrimonio se considera un punto de inflexión importante en la vida. Cada joven busca reunirse con la persona que le gusta. Un buen consorte es un gran objetivo y la juventud inteligente está bastante “adoctrinada” sobre la importancia de encontrarlo. Pero en las sociedades ignorantes las premisas son otras y las relaciones entre hombres y mujeres se basan en fundamentos defectuosos. Es decir, no se acepta la forma de vida ordenada por Dios: las “amistades” son relaciones románticas en la que ambos sexos buscan la satisfacción emocional. Los matrimonios se basan, por lo común, en el mutuo beneficio material. Muchas mujeres buscan al hombre “próspero” para lograr un excelente pasar. En función de ello, una joven puede aceptar ser durante bastante tiempo la esposa de alguien por quien no siente ningún afecto. El hombre, por su parte, busca muy a menudo a la “buena moza”, a la “bella”.
El razonamiento en la sociedad de la ignorancia rechaza un hecho crucial: todos los valores o bienes materiales están condenados a desaparecer en su momento y Dios puede retirar la fortuna de quien quiera cuando quiera. De la misma manera, en unos pocos segundos puede hacer perder el buen aspecto de quien sea, puede desbaratar mediante un accidente la rutina diaria de cualquiera y dejarle deformada alguna parte del cuerpo. Por otra parte, el tiempo se ocupa de hacer decaer la salud, la fortaleza y la belleza. Frente a tales situaciones, ¿de qué vale un sistema basado en réditos puramente materialistas? Por ejemplo, pensemos en un hombre que se casa con una mujer llevado únicamente por su buen aspecto. ¿Cuál será su actitud si en un accidente ella queda muy afeada? ¿La abandonará cuando las arrugas empiecen a invadirle el rostro? Las respuestas revelan el fundamento irracional del pensamiento materialista.
Un matrimonio es valioso cuando se lo realiza para obtener el contento de Dios. De otro modo se convierte en un peso en éste y en el otro mundo. Quien no comprende en esta vida lo que es correcto para el alma humana, lo comprenderá en la próxima, pero entonces ya será demasiado tarde para arrepentirse, tomar conciencia. El Día del Juicio la persona equivocada querrá dar a su cónyuge ―con quien se sentía tan ligado― como rescate para su propia salvación. El terror de ese día transformará todas las relaciones de este mundo en algo sin sentido. Dios da detalle del trato entre los miembros cercanos de la familia el Día del Juicio:
(A los infieles) les será dado verles. El pecador querrá librarse del castigo de ese día ofreciendo como rescate a sus hijos varones, a su compañera (es decir, a su esposa), a su hermano, al clan que le cobijó, (Corán, 70:11-13).
Teniendo en cuenta el versículo, resulta evidente que el individuo ya no dará ninguna importancia al cónyuge, a los hermanos, amigos u otras personas el Día del Juicio.
Desesperado por salvarse, deseará entregar como rescate a sus familiares o parientes cercanos. Gente así se maldecirá mutuamente porque ninguna advirtió a las demás de ese día terrible. En el Corán se relata el caso de Abu Lahab ―quien mereció el castigo eterno en el fuego― y su esposa:
¡Perezcan las manos de Abu Lahab! ¡Perezca él (todo)! Ni su hacienda ni sus adquisiciones le servirán de nada. Arderá en un fuego llameante, así como su mujer, la acarreadora de leña, a su cuello una cuerda de fibras (de palma). (Corán, 111:1-5).
En el tipo de matrimonio aceptable para Dios existen criterios muy distintos a los que sustentan los ávidos de grandes fortunas. Para obtener el agrado de su Señor no recurren al dinero, a la fama o a la belleza. Su único criterio válido es la taqwa, es decir, “el respeto reverencial a Dios, eludir todo lo que El prohibió y cumplir todo lo que El ordenó”. En consecuencia, un creyente sólo puede casarse con quien exhiba una lealtad cabal a su Señor. Un matrimonio así vive en paz y feliz. Dice un versículo al respecto:
Y entre Sus signos está el haberos creado esposas nacidas entre vosotros, para que os sirvan de quietud, y el haber suscitado entre vosotros (es decir, las parejas) el afecto y la bondad. Ciertamente hay en ello signos para gente que reflexiona. (Corán, 30:21).
A quienes consideran la taqwa su único criterio de vida, seguramente les resultará muy agradable el otro mundo. Los creyentes que se recomiendan y guían mutuamente para actuar con rectitud y alcanzar el Paraíso, también serán amigos eternamente. El Corán describe esta relación:
Pero los creyentes y las creyentes son amigos unos de otros. Ordenan lo que está bien y prohíben lo que está mal. Hacen la oración, dan la limosna y obedecen a Dios y a Su Enviado. De ésos se apiadará Dios. Dios es poderoso, sabio. (Corán, 9:71).
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