La mayoría de la gente piensa que en este mundo se puede alcanzar perfectamente una vida esplendorosa, lo que sugiere que, por medio de alguna herramienta, se podría encontrar la felicidad auténtica, que duraría para siempre. Pero la verdad es otra: no podemos lograr la vida que soñamos si olvidamos a nuestro Creador y el Día del Juicio. Lo que generalmente hacemos es buscar algo y una vez conseguido repetir el proceso hasta que nos invade la incapacidad. Por ejemplo, alguien no contento con la inmensa ganancia generada en un negocio, se embarca en otro emprendimiento y así sucesivamente para aumentar la fortuna. Esa persona no disfruta la vivienda nueva que tiene porque la del vecino está decorada más artísticamente o porque la suya tiene un diseño que ya no está de moda. De la misma manera, debido a que los gustos y las modas cambian muy de seguido, no se disfruta del guardarropa que se tiene y se sueña con otro más sofisticado. Dios explica claramente la psicología del incrédulo:
¡Déjame solo con Mi criatura, a quien he dado una gran hacienda, e hijos varones que están presentes! Todo se lo he facilitado pero aún anhela que le dé más. (Corán, 74:11-15).
Una persona en sus cabales y que comprende las cosas con claridad, debería reconocer que quienes adquieren mansiones con más habitaciones que las personas que las ocupan, automóviles lujosos o vestidores fabulosos, son sólo capaces de usar una parte limitada de esas posesiones. Aunque se tuviese la mansión más grande del mundo, ¿sería posible disfrutar todas sus partes a la vez? Si se dispone de un vestidor con ropa de alta costura, ¿cuánta de ella podría usarse plenamente? El propietario de esas cosas es una entidad limitada en términos de tiempo y espacio y sólo puede gozar una de ellas a la vez. Si a alguien se le ofrece todos los platos deliciosos de un restaurant famoso, su estómago no podrá recibir más que algunos. Y si intenta comer más, sufrirá debido a la ingesta abusiva y no gozará de lo comido.
Se puede agregar más ejemplos como los dados pero lo que hay que destacar es que tenemos un período absolutamente limitado de vida como para poder gozar todas las delicias que nos puede proveer la riqueza. Aunque marchamos rápidamente hacia la muerte, difícilmente lo reconocemos durante la vida y creemos que los bienes que poseemos nos proporcionarán una existencia eterna:
(¡Ay de todo aquél… que amase hacienda y la cuente una y otra vez,) creyendo que su hacienda le hará inmortal! (Corán, 104:3).
Dicha gente queda tan fascinada por todo lo que le permite la riqueza material, que cuando deba enfrentar el tremendo momento del Día del juicio, intentará escapar del castigo renunciando a todo lo acumulado:
Les será dado verles. El pecador querrá librarse del castigo de ese día ofreciendo como rescate a sus hijos varones, a su compañera, a su hermano, al clan que le cobijó, a todos los de la tierra. Eso le salvaría. ¡No! Será una hoguera, (Corán, 70:11-15).
Pero también es cierto que algunas personas son conscientes de que la riqueza, la prosperidad y la gran fortuna están bajo el control de Dios. Por eso comprenden que la buena posición social o jerarquía mundanal son ridículas, pues no son ninguna garantía de la salvación en el otro mundo. Por lo tanto prefieren apartarse de las actitudes ególatras, arrogantes y ostentosas, mostrándose humildes. Quienes confían en su Señor tienen como principal objetivo servirle y son concientes de que sólo pueden beneficiarse de los bienes mundanales por un limitado período de tiempo, ya que pierden todo valor frente a la abundancia eterna prometida. Y puesto que nunca olvidan la presencia de Dios Todopoderoso y Le agradecen lo que les da, El les reserva una vida confortable y honorable. A gente que procede con este entendimiento, la riqueza nunca las esclaviza, las ciega o las ata a este mundo. Por el contrario, aumenta su agradecimiento y cercanía a El. Tratan todo y a todos como corresponde, buscando siempre el deleite de Dios. Debido a que son concientes de lo que significa la buena posición frente a Dios, buscan hacer suyos los valores coránicos antes que el placer mundanal. Las características del profeta Salomón (P) sirven de ejemplo de lo que debe perseguir un creyente auténtico. Aunque Salomón (P) era dueño de una gran fortuna y una persona con mucho peso social, expresó claramente a qué llevaba el uso inadecuado de su considerable patrimonio:
Y dijo (Salomón): “Por amor a los bienes he descuidado el recuerdo de mi Señor hasta que se ha escondido (el sol) tras el velo (de la noche). (Corán, 38:32).
El no poder reconocer para qué son creados los bienes de este mundo, lleva a muchos a olvidar que los podrán usar menos de cien años, para luego tener que dejarlos, igual que a sus familiares. No piensan o no se acuerdan que serán enterrados solos y en consecuencia codician lo que no podrán gozar para siempre.
Quienes consideran que la hacienda es la salvadora y rechazan la existencia de su Creador, padecen problemas en este mundo y sufren una gran amargura en el otro:
A quienes no crean, ni su hacienda ni sus hijos les servirán de nada frente a Dios. Esos (es decir, los incrédulos) servirán de combustible para el Fuego. (Corán, 3:10).
El Corán anuncia cuál es el fin de quienes demuestran una avidez insaciable por la posesión de bienes materiales:
(¡Ay de todo aquél) que amase hacienda y la cuente una y otra vez, creyendo que su hacienda le hará inmortal! ¡No! ¡Será precipitado, ciertamente, en la hutama! Y ¿cómo sabrás qué es la hutama? Es el fuego de Dios, encendido, que llega hasta las entrañas. Se cerrará sobre ellos en extensas columnas. (Corán, 104:2-9).
La verdadera opulencia la obtienen los creyentes que nunca demuestran un interés enloquecido por las cosas mundanales, convencidos de que es Dios quien otorga todo al ser humano y que la existencia dura setenta años o un poco más. Esos son los que buscan con sinceridad el Paraíso para la vida eterna. Prefieren lo valioso permanente en vez de los tesoros temporarios. Dios nos informa de esto:
Dios ha comprado a los creyentes sus personas y su hacienda, ofreciéndoles, a cambio, el Jardín. Combaten por Dios: matan o les matan. Es una promesa que Le obliga, verdad, contenida en la Torá, en el Evangelio, y en el Corán. Y ¿quién respeta mejor su alianza que Dios? ¡Regocijaos por el trato que habéis cerrado con El! ¡Ese es el éxito grandioso! (Corán, 9:111).
Los que hacen caso omiso de estas realidades y se “prenden” al mundo, comprenderán rápidamente quiénes son los que en la práctica están en el sendero recto. |