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Quince Años Sin “Conciencia”
   
 
 
 

Todos pasamos alguna parte del día durmiendo. Independientemente del esfuerzo que hagamos, siempre dormimos varias horas. El ser humano sólo se mantiene despierto unas 18 horas por día. El resto de cada jornada lo transcurre en un estado de inconciencia completa. Teniendo en cuenta esto, nos encontramos con una situación sorprendente: de 70 años de vida, una cuarta parte (es decir, 15 años) transcurrimos en total inconciencia.

¿Podríamos dejar de dormir? ¿Qué sucedería si nos propusiésemos “no dormir”?

Antes que nada, los ojos se pondrían rojos y la piel pálida. Si el período en vigilia se prolongara, perderíamos la conciencia.
La fase inicial del no dormir es la incapacidad para concentrar la atención y el cerrar los ojos aunque no querramos. Es un proceso inevitable que lo sufre cualquiera, lindo o feo, rico o pobre.

De la misma manera que cuando se muere, el cuerpo va dejando de ser sensible al mundo exterior y no responde a ningún estímulo antes de caer dormido. Los sentidos que hasta hacía poco estaban excepcionalmente atentos, empiezan a perder esa cualidad. Las percepciones se alteran. El cuerpo reduce todas las funciones al mínimo, lo que conduce a la desorientación respecto al tiempo y lugar y se lentifican los movimientos corporales. De alguna manera se trata de una forma distinta de muerte, a la que se la define como el estado en que el alma abandona el cuerpo. En verdad, mientras dormimos y yacemos en la cama “vivimos” experiencias espirituales en lugares totalmente distintos al del cuerpo. En el sueño nos podemos observar en una playa en un día caluroso, totalmente inconscientes de que estamos durmiendo en una cama. Cuando morimos ocurre algo semejante: el alma se separa del cuerpo, al que usa sólo en este mundo, y se marcha a otro mundo con un “cuerpo” nuevo. Por esta razón Dios nos recuerda en el Corán ―la única revelación auténtica que guía al ser humano al sendero recto― una y otra vez la similitud entre el sueño y la muerte:

El es quien os llama de noche (es decir, Dios llama al alma durante el sueño) y sabe lo que habéis hecho durante el día. Luego, os despierta en él. Esto es así para que se cumpla un plazo fijo (es decir, el plazo de vida). Luego (al morir), volveréis a El y os informará de lo que hacíais (en la tierra). (Corán, 6:60).

Dios llama a las almas cuando mueren y cuando, sin haber muerto duermen. Retiene aquéllas cuya muerte ha decretado y remite las otras a un plazo fijo. Ciertamente, hay en ello signos para gente que reflexiona. (Corán, 39:42)

Nos pasamos un tercio de la vida durmiendo, totalmente privados de los sentidos, es decir, “en una muerte pasajera”. No obstante, nunca nos damos cuenta que dejamos atrás todo lo que parecía importante: grandes sumas de dinero perdidas por diversos motivos o serios problemas personales. Es decir, todo lo que parece ser de importancia crucial durante el día, desaparece al dormirnos. Esto significa, simplemente, que se corta toda relación con el mundo.

Los ejemplos presentados hasta ahora brindan una clara idea de lo reducido del tiempo de vida consciente y la gran cantidad que se invierte en las tareas rutinarias “obligatorias”. Cuando el que se emplea en éstas se resta del total, percibimos lo escasos que son los momentos que quedan para los denominados “goces de la vida”. En retrospectiva, nos sentimos asombrados de la gran cantidad de horas dedicadas a la nutrición, al cuidado del cuerpo, al dormir o al trabajo para lograr mejores condiciones de subsistencia.

Indudablemente, vale la pena tener en cuenta cuánto tiempo gastamos en las tareas rutinarias necesarias para la supervivencia. Como dijimos al principio, para dormir se invierte por lo menos de 15 a 20 años de unos 70 vividos. Si a ello agregamos que el período de la infancia es un estado de casi inconciencia que abarca los primeros 5 ó 10 años, la persona de unos 70 años habrá pasado casi la mitad de la vida inconsciente. Respecto a la otra parte, disponemos de muchas estadísticas para saber cómo la empleamos. Allí se anotan las horas que invertimos en preparar las comidas, en comer, en asearnos, en demoras debido a problemas en el tránsito, etc. En conclusión, lo que queda de vida “real” es sólo de 3 a 5 años. ¿Qué importancia tiene una vida tan corta frente a la vida eterna?

Corresponde señalar aquí el inmenso abismo que separa a las personas de fe de las incrédulas. Estas creen que la única vida es la de esta Tierra y luchan al máximo por los beneficios mundanales. Pero se trata de un esfuerzo inútil: este mundo es de corta duración y están acosadas por distintas “debilidades”. Por otra parte, puesto que el incrédulo no cree en Dios, lleva una vida incómoda, cargada de preocupaciones y temores.

En cambio, quienes tienen fe, emplean cada instante en cualquier circunstancia (es decir, frente a problemas de todo tipo, al comer, al beber, al pararse, al sentarse, al buscar los medios de subsistencia) en el recuerdo de Dios. Se dedican sólo a obtener el agrado de Dios y transcurren las horas en paz, alejados completamente de las tristezas y temores mundanales. En definitiva obtienen el Paraíso, un lugar de felicidad eterna. En un versículo se habla sobre el propósito último de la vida:

A los que temieron a Dios se les dirá: “¿Qué ha revelado vuestro Señor?”. Dirán: “Un bien”. Quienes obren bien tendrán en la vida de acá una bella recompensa, pero la Morada de la otra vida será mejor aún. ¡Qué agradable será la Morada de los que hayan venerado a Dios! Entrarán en los jardines del edén, por cuyos bajos fluyen arroyos. Tendrán en ellos lo que deseen. Así retribuye Dios a quienes Le veneran, (Corán, 16:30-31).

 

   
 
 
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