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La mujer entre la Biblia y el Corán
   
 
 
 

¿Por culpa de Eva?  

Las tres religiones (Judía, Cristiana y el Islam) están de acuerdo en un hecho: Tanto los hombres como las mujeres han sido creados por Dios, el Creador de todo el Universo. Sin embargo, la discrepancia comienza poco después de la creación del primer hombre, Adán, y de la primera mujer, Eva. 

La concepción judeocristiana de la creación de Adán y Eva está narrada con detalle en el Libro del Génesis (2:4 y 3:24). Dios les prohíbe a ambos que coman los frutos del Árbol Vedado. La serpiente induce a Eva a comerlos, y Eva, seguidamente, induce a Adam a comer con ella.  Cuando Dios inquiere a Adan por lo que ha hecho, éste echa toda la culpa a Eva:   

 "La mujer que pusiste a mi lado me ha dado la fruta del árbol y yo la he comido."   

 Por consiguiente, Dios dice a Eva:    

 "Yo aumentaré tus sufrimientos durante el embarazo; parirás tus hijos con dolor. Tu deseo será el de tu marido y él tendrá autoridad sobre ti."   

 Él le dijo a Adam:   

 "Puesto que obedeciste a tu mujer y comiste del Árbol... maldeciré a la tierra por tu causa; conseguirás el pan con gran esfuerzo todos los días de tu vida."   

 La concepción islámica de la primera creación se encuentra en numerosos lugares del Corán. Por ejemplo:    

 « ‘¡Oh Adán! ¡Habita con tu esposa en el Jardín y comed de lo que queráis, pero no os acerquéis a este árbol! Si no, seréis de los impíos’. Pero Shaytán les insinuó el mal, mostrándoles su escondida desnudez, y dijo: ‘Vuestro Señor no os ha prohibido acercaros a ese árbol sino por temor de que os convirtierais en ángeles u os hicierais inmortales’. Y les juró: ‘¡De verdad que os aconsejo bien!’. Les hizo, pues, caer dolorosamente. Y cuando hubieron gustado ambos del árbol, se les reveló su desnudez y comenzaron a cubrirse con hojas del Jardín. Su Señor les llamó: ‘¿No os había prohibido ese árbol y dicho que Shaytán era para vosotros un enemigo declarado?’. Dijeron: ‘¡Señor! Hemos sido injustos con nosotros mismos. Si no nos perdonas y Te apiadas de nosotros, seremos, ciertamente, de los que pierden’. » (Corán, 7-19,23)   

 Sin embargo, Allah le tuvo misericordia a Adán y a Eva y le dio de escoger, y toda la humanidad heredo esta opción de ellos:   

 « Luego Adam, recibió palabras inspiradas por su Señor, que se volvió a él; es verdad que El es el que se vuelve a favor de Sus siervos, el Compasivo. Dijimos: Descended todos de aquí; y si os llega de Mí una guía, los que la sigan no tendrán nada que temer ni se entristecerán. » (Corán 2:37-38)   

 Una mirada cuidadosa sobre los dos relatos de la historia de la Creación, revela algunas diferencias fundamentales:   

 El Corán, contrariamente a la Biblia, atribuye la misma responsabilidad a ambos, Adán y Eva, por el error cometido. En ningún lugar del Corán podemos encontrar la más leve insinuación de que Eva tentó a Adán para que éste comiera del árbol o que ella hubiese comido antes que él. En el Corán, Eva no es tentadora, seductora o engañadora.  Además, Eva no es castigada con sufrimientos durante el embarazo. Dios, de acuerdo con el Corán, no castiga a uno por las faltas de otro. Ambos, Adán y Eva, cometieron un pecado y entonces pidieron perdón a Dios y Él los perdonó a los dos.    

 El legado de Eva    

 La imagen bíblica de la Eva tentadora ha tenido un impacto extremadamente negativo sobre las mujeres en la tradición judeocristiana. Todas las mujeres creían haber heredado de su madre, la bíblica Eva, su culpa y su mentira. Consecuentemente, todas eran infieles, moralmente inferiores y malvadas. La menstruación, la concepción y el embarazo fueron considerados como justo castigo por el ancestral delito cometido por el maldito sexo femenino. Para poder apreciar en toda su dimensión la negativa influencia de la Eva bíblica sobre todas sus descendientes femeninas hemos de acudir a los textos de algunos de los más importantes pensadores judíos y cristianos de todas las épocas.  

 Comencemos por el Antiguo Testamento y miremos en los textos de la llamada Literatura Sapiencial, en donde encontramos:    

 "Encontré más amarga que la muerte a la mujer enredadora, cuyo corazón es una trampa y cuyas manos son cadenas. El hombre que agrada a Dios debe escapar de ella, pero el pecador en ella habrá de enredarse...mientras yo, tranquilo, buscaba sin encontrar, encontré a un hombre justo entre mil, más no encontré una sola mujer justa entre todas". (Ecclesiastes 7:26-28).   

 En otro lugar de la Literatura Hebrea, que se encuentra en la Biblia Católica podemos leer:    

 "No hay maldad comparable a la maldad de la mujer...El pecado llegó con una mujer y a ella se debe el hecho de que todos nosotros habremos de morir." (Ecclesiasticus 25:19,24).   

 Hasta el día de hoy, los judíos ortodoxos, en sus oraciones diarias matinales recitan:   

 

"Bendito seas Dios, Rey del Universo, porque Tú no me has hecho mujer".   

 Otra plegaria aparece en muchos libros de oraciones judíos:   

 "Alabado sea Dios que no me ha creado gentil. Alabado sea Dios que no me ha creado mujer. Alabado sea Dios que no me ha hecho ignorante."   

 Según la religión cristiana Eva había pecado, induciendo después a Adán a seguir su conducta. Por consiguiente, Dios los expulsó a ambos del Cielo a la Tierra, que habría sido maldita por su causa. Ellos legaron su pecado, que no había sido perdonado por Dios, a todos sus descendientes y, por eso, todos los humanos nacen en pecado. Para purificar a los seres humanos de su ‘pecado original’, Dios tenía que sacrificar en la cruz a Jesús, que es considerado ‘el Hijo de Dios’.  Por consiguiente, según la religión cristiana Eva es responsable de su propio error, del pecado de su marido, del pecado original de toda la humanidad, y de la muerte del ‘Hijo de Dios’.   

 En otras palabras, según la religión cristiana una mujer actuando por su cuenta causó la caída de la humanidad. ¿Qué ocurrió con sus hijas? Ellas son tan pecadoras como ella y tienen que ser tratadas como tales. Escuchemos el tono severo de San Pablo en el Nuevo Testamento:   

 "La mujer debe aprender a estar en calma y en plena sumisión. Yo no permito a una mujer enseñar o tener autoridad sobre un hombre; debe estar en silencio. Adán fue creado primero, luego Eva. Y Adán no fue el engañado; fue la mujer quien fue engañada y se volvió pecadora". (I Timoteo 2:11-14).   

 San Tertuliano es aún más grosero que San Pablo cuando, hablando a sus ‘hermanas más queridas’ en la fe, dijo:    

 "¿No sabéis que cada una de vosotras es una Eva? La sentencia de Dios sobre vuestro sexo sigue vigente: la culpa debe existir también necesariamente. Vosotras sois la puerta del Diablo: sois las transgresoras del árbol prohibido: sois las primeras transgresoras de la ley divina: vosotras sois las que persuadísteis al hombre de que el diablo no era lo bastante valiente para atacarle. Vosotras destruísteis fácilmente la imagen que de Dios tenía el hombre. Incluso, por causa de vuestra deserción, habría de morir el Hijo de Dios."   

 San Agustín, fiel al legado de sus predecesores, escribió a un amigo:   

 "Lo que la diferencia, ya sea esposa o madre, es que es aún Eva la tentadora, de la que nosotros debemos protegernos en cualquier mujer...... Yo no veo la utilidad que puede tener la mujer para el hombre, con excepción de la función de parir a los hijos."   

 Siglos después, Santo Tomás de Aquino todavía consideraba a las mujeres como seres defectuosos:   

 "Respecto a la naturaleza individual, la mujer es incompleta y mal dispuesta; la fuerza activa contenida en la semilla masculina tiende a la producción de una semejanza perfecta en el sexo masculino; mientras la producción de la mujer proviene de un defecto en la fuerza activa o de alguna indisposición material, o incluso de una cierta influencia externa."   

 Finalmente, el famoso reformador Martin Lutero no podía ver beneficio alguno en la mujer salvo en el hecho de traer al mundo tantos niños como le sea posible, sin tener en cuenta cualquier otro aspecto:   

 "Si se cansan o incluso se mueren, eso no tiene importancia. Dejémoslas morir en el parto, que es para lo que ellas están allí".    

 

Una y otra vez las mujeres son denigradas a causa de la imagen de la Eva tentadora, gracias al relato del Génesis.Para resumir, la concepción judeocristiana de la mujer ha sido contaminada por la creencia en la naturaleza pecadora de Eva y de su descendencia femenina.  

 

Si prestamos ahora atención a lo que el Corán nos dice sobre las mujeres, comprenderemos pronto que la concepción islámica de la mujer es bastante diferente de la Judeocristiana. Dejemos que el Corán hable por sí mismo:   

 

« Para los musulmanes y las musulmanas, para los creyentes y las creyentes, para los devotos y las devotas, para los hombres veraces y las mujeres veraces, para los pacientes y las pacientes, para los que se humillan y las que se humillan, para los que practican la caridad, para los hombres y mujeres que ayunan, para los hombres y mujeres que guardan su castidad, y para los hombres y mujeres que se comprometen mucho en la alabanza a Allah, para todos ellos Allah tiene preparado el perdón y una gran recompensa. » (Corán 33:35).  

 "Los creyentes, hombres y mujeres, son protectores unos de otros: ellos mandan lo que es justo y prohíben lo que es malo, hacen la oraciones regularmente, practican la caridad y obedecen a Allah y a Su Mensajero. A ellos les mandará Allah Su Misericordia: Allah es el Poderoso, el Sabio." (Corán 9:71)

  "Y su Señor escuchó su plegaria: ‘No permitiré que se pierda obra de ninguno de vosotros, ya sea varón o hembra, pues habéis salido los unos de los otros’." (Corán 3:195).  

 "Quien obre mal no será retribuido sino con una pena similar. En cambio, los creyentes, varones o hembras, que obren bien, entrarán en el jardín y serán proveídos en él sin medida." (Corán 40:40).  

 "Al creyente, varón o hembra, que obre bien, le haremos, ciertamente, que viva una vida buena y le retribuiremos, sí, con arreglo a sus mejores obras." (Corán 16:97).   

 Está claro que la visión coránica de la mujer no es diferente de la del hombre. Ambos son criaturas de Dios cuya meta sublime en la tierra es rendir culto a su Señor, realizar actos virtuosos y evitar el mal, y ambos serán juzgados de acuerdo a ello. El Corán nunca menciona que la mujer sea la puerta del diablo o que sea mentirosa por naturaleza.   

 El Corán tampoco menciona que el hombre haya sido hecho a imagen de Dios; todos los hombres y mujeres son sus criaturas. Eso es todo. Según el Corán, el papel de la mujer en la tierra no se reduce a parir. Se le exige que haga tantas buenas acciones como al hombre. El Corán nunca dice que no haya existido jamás una mujer de recta conducta. Por el contrario, el Corán ha instado a todos los creyentes, mujeres y hombres, a seguir el ejemplo de mujeres ideales como la Virgen María y la esposa de Faraón:   

 

"Y Allah pone como un ejemplo para aquellos que creen, a la esposa de Faraón; ella dijo: ‘Oh mi Señor: construye para mí, en Tu proximidad, una mansión en el Jardín, y sálvame de Faraón y de sus obras, y sálvame de aquellos que hacen el mal’. Y María, la hija de Imran, que conservó su virginidad y en la que infundimos de Nuestro Espíritu. Y ella testificó la verdad de las palabras de su Señor y de Sus revelaciones y era uno de las devotas" (Corán 66:12).   

 

¿Hijas avergonzadas?  

 

De hecho, la diferencia entre la actitud de la Biblia y la del Corán hacia el sexo femenino comienza ya en el momento en que nace una mujer. Por ejemplo, la Biblia dice que el período de impureza ritual de la madre es doble si se trata de una muchacha que si nace un muchacho (Lev. 12:2-5). La Biblia católica lo declara explícitamente:    

 

"El nacimiento de una hija es una pérdida." (Ecclesiasticus 22:3).   

 

En contraste con esta declaración chocante, los muchachos reciben alabanza especial:    

 

"Un hombre que educa a su hijo será envidiado por su enemigo." (Ecclesiasticus 30:3)   

 

Los rabinos judíos declararon obligatorio para los hombres producir descendencia, con el fin de propagar la raza. Al mismo tiempo, no ocultaron su clara preferencia por los hijos varones: "Es un bien para aquéllos cuyos hijos sean varones pero un mal para aquéllos cuyos hijos sean hembras", "Durante el nacimiento de un muchacho, todos están contentos... en el nacimiento de una muchacha, todos están afligidos", y "Cuando un muchacho entra en el mundo, la paz entra en el mundo... Cuando una muchacha llega, nada trae."     

 

Una hija es considerada una carga dolorosa, una fuente potencial de vergüenza para su padre:    

 

"¿Tu hija es obstinada? Cuídate de que no te convierta en el hazmerreir de tus enemigos, en las habladurías del pueblo, en objeto de vulgares chismorreos, y te exponga a la vergüenza pública." (Ecclesiasticus 42:11).  

 

"Mantén con mano firme a la hija obstinada o ella abusará de cualquier indulgencia que de ti reciba. Vigila sus ojos desvergonzados y no te sorprendas si ella te deshonra." (Ecclesiasticus 26:10-11).   

 

Esta misma idea de considerar a las hijas como fuentes de vergüenza llevó a los árabes paganos, antes del advenimiento del Islam, a practicar el infanticidio de las hembras. El Corán condenó severamente esta odiosa práctica:   

 

"Cuando se traen noticias a uno de ellos del nacimiento de una niña, su cara oscurece y se llena de pesar. ¡Con vergüenza se esconde de sus gentes por las malas noticias recibidas! ¿La mantendrá en el desprecio o la enterrará en el polvo? ¡Ah! ¿por cuál de esos males se decidirá?" (Corán 16:59).   

 

Hay que decir que este siniestro crimen nunca habría cesado en Arabia si no hubiera sido por la contundencia de los términos que emplea el Corán para condenar esta práctica (Corán 16:59, 43:17, 81:8-9). Es más, el Corán no hace ninguna distinción entre los muchachos y las muchachas.    

 

En contraste con la Biblia, el Corán considera el nacimiento de una niña como un regalo y una bendición de Dios, igual que el nacimiento de un varón. El Corán incluso menciona primero el regalo del nacimiento de una niña:    

 

"El dominio de los cielos y la tierra pertenece a Allah. Él crea lo que Él quiere. Regala hijas a quien quiere y regala hijos a quien Él quiere." (Corán 42:49).   

 

Para acabar con cualquier atisbo de infanticidio femenino en la sociedad musulmana naciente, el Profeta Muhammad, la Paz y las bendiciones sean con él, prometió a aquéllos que fueran buenos con sus hijas, una gran recompensa si las trataban amablemente:    

 

"Para aquel que se ocupa en mantener a sus hijas despiertas, y tiene con ellas un trato benévolo, ellas serán una protección contra el fuego del Infierno" (Bujari y Muslim).   

 

"‘Quienquiera que mantenga a dos muchachas hasta que logren la madurez, él y yo estaremos así en el Día de la Resurrección’; y él unió sus dedos."(Muslim).   

 

Educación femenina  

 

La diferencia entre las concepciones bíblicas y coránicas no se limitan a las niñas recién nacidas sino que se extiende mucho más allá. Comparemos sus actitudes hacia la mujer que intenta aprender su religión.El corazón del Judaísmo es la Torah, la ley. Sin embargo, según el Talmud, "las mujeres están exentas del estudio de la Torah."  La actitud de San Pablo en el Nuevo Testamento no es más luminosa:   

 

"Como en todas las congregaciones de los santos, las mujeres deben permanecer calladas en las iglesias. No les está permitido hablar, sino que han de someterse a lo que dice la ley. Si ellas quieren preguntar sobre algo, deben hacerlo a sus propios maridos en la casa; porque es deshonroso para una mujer hablar en la iglesia." (I Corintios 14:34-35)   

 

¿Cómo puede aprender una mujer si no le permiten hablar? ¿Cómo puede crecer una mujer intelectualmente si le obligan a estar en un estado de sumisión plena? ¿Cómo puede ampliar sus horizontes si su única fuente de información proviene de su marido y en su casa?    

 

Ahora, para ser justos, debemos preguntar: ¿es diferente la posición coránica? Una breve historia narrada en el Corán resume concisamente su posición. Khawlah era una mujer musulmana cuyo marido Aws declaró en un momento de enojo: "Eres para mí como la espalda de mi madre." Esto era tenido por los árabes paganos como una declaración de divorcio que liberaba al marido de cualquier responsabilidad conyugal pero que no permitía a la esposa abandonar la casa del marido ni casarse a otro hombre. Tras escuchar estas palabras de su marido, Khawlah quedó en una situación miserable. Ella fue directamente al Profeta del Islam a exponerle su caso.  El Profeta, la Paz y las bendiciones sean con él, opinaba que ella debía tener paciencia ya que no parecía haber solución alguna. Khawla continuó argumentando ante el Profeta en un esfuerzo por salvar su matrimonio roto. Al poco tiempo, el Corán intervino; la súplica de Khawla fue aceptada. El veredicto divino abolió esta costumbre inicua. Un capítulo entero (Capítulo 58) del Corán cuyo título es "Almujadilah" o "La mujer que se está defendiendo" se reveló después de este incidente:    

 

"Dios ha oído lo que decía la que discutía contigo a propósito de su marido y que se quejaba a Dios. Dios oye vuestro diálogo. Dios todo lo oye, todo lo ve." (Corán 58:1).   

 

La mujer, en la concepción coránica, tiene derecho incluso a discutir con el mismo Profeta del Islam. Nadie tiene derecho a decirle que esté callada. Ella no tiene la obligación de considerar a su marido como única referencia en asuntos legales y de religión.   

 

¿Mujer sucia e impura?  

 

Las leyes y normas judías concernientes a la menstruación de las mujeres son sumamente restrictivas. El Antiguo Testamento considera a toda mujer menstruante como sucia e impura. Es más, su impureza "contamina" también a los otros. Cualquier persona o cosa que toque se convierte en impura durante un día:    

 

"Cuando una mujer tiene su flujo regular de sangre, la impureza de su período mensual durará siete días, y aquello que toque estará impuro hasta la tarde. Cualquier cosa sobre la que se acueste durante su período será impura, y sobre la que se siente. Quien toque su cama deberá lavar sus ropas y bañarse con agua, y estará impuro hasta la tarde. Quien toque algo sobre lo que ella se haya sentado deberá lavar su ropa y bañarse con agua, y estará impuro hasta la tarde. Ya sea la cama o algo en lo que ella se haya sentado, cuando alguien lo toque, estará impuro hasta la tarde." (Lev. 15:19-23).   

 

Debido a su naturaleza "contaminante", la mujer menstruante era a veces "desterrada" para evitar cualquier posibilidad de contacto con ella. La enviaban a una casa especial llamada "Casa de la Suciedad" durante el período completo de impureza.   

 

El Talmud considera a la mujer menstruante como "fatal" incluso sin que se produzca ningún contacto físico:    

 

"Nuestros Rabinos enseñaron:.... si una mujer menstruante pasa entre dos [hombres], si es al principio de sus menstruos, ella matará a uno de ellos, y si está al final de sus menstruos causará disputa entre ellos." (bPes. 111a.)   

 

El Islam no considera que la mujer menstruante tenga ningún tipo de suciedad contagiosa. Ella no es "intocable" ni "maldita." Hace su vida normal sólo con una restricción:   A la mujer casada no se le permite tener relaciones sexuales durante el período de menstruación. Cualquier otro contacto físico entre los esposos está permitido. La mujer menstruante está exenta de algunas obligaciones rituales como las oraciones diarias y el ayuno mientras dura su período.    

 

Compromisos   

 

Según la Biblia, un hombre debe cumplir cualquier juramento hecho a Dios. No debe romper su palabra. Por su parte, la mujer no está necesariamente obligada por su juramento. Éste ha de ser sancionado por su padre, si ella vive en su casa, o por su marido, si está casada. Si un padre/marido no garantiza el juramento de sus hija/esposa, todas las promesas hechas por ella se vuelven nulas y vacías:    

 

"Pero si su padre, cuando la oye decir eso, se lo prohíbe, ninguno de sus votos o promesas por las que ella se obligó tendrán validez.... Su marido puede confirmar o anular cualquier voto que ella haga o cualquier juramento o empeño que ella niegue" (Num. 30:2-15)    

 

¿Por qué la palabra de una mujer, por sí misma, no la compromete? La respuesta es simple: porque ella es propiedad de su padre antes del matrimonio, y de su marido después del matrimonio. ¡El poder del padre sobre su hija era tan grande que, si quería, podía venderla! Se indica en las escrituras de los Rabinos que:    

 

"El hombre puede vender a su hija, pero la mujer no puede vender a su hija; el hombre puede desposar a su hija, pero la mujer no puede desposar a su hija."   

 

La literatura rabínica también indica que el matrimonio implica la transferencia de la autoridad del padre al marido:  

 

"los esponsales convierten a la mujer en posesión sacrosanta –propiedad inviolable–; del marido..."  

 

Obviamente, si se considera que la mujer es una propiedad de alguien, no puede prometer nada que su dueño no apruebe.   

 

Es interesante advertir que esta recomendación bíblica acerca de los votos de las mujeres ha tenido repercusiones negativas en las mujeres judeocristianas hasta comienzos de este siglo. Una mujer casada en el mundo Occidental no tenía ningún estatus jurídico. Ningún acto suyo tenía validez legal. Su marido podía rescindir cualquier contrato, tratar, o negociar lo que ella hubiera acordado. Las mujeres occcidentales, principales herederas del legado judeocristiano, se sentían incapaces de hacer cualquier contrato porque en realidad ellas eran propiedad de otro. Las mujeres occidentales han sufrido durante casi dos mil años debido a la actitud bíblica respecto a la situación de la mujer . con relación a sus padres y maridos.  En el Islam, el voto de todo musulmán, sea varón o hembra, los compromete, tanto a él como a ella. Nadie tiene el poder de anular las prendas o promesas de otro. El incumplimiento de un juramento solemne, hecho por un hombre o una mujer, ha de ser expiado como dice el Corán:  

 

"Dios no os tendrá en cuenta la vanidad de vuestros juramentos, pero sí el que hayáis jurado deliberadamente. Como expiación, alimentaréis a diez pobres como soléis alimentar a vuestra familia, o les vestiréis, o manumitiréis a un esclavo. Quien no pueda, que ayune tres días. Cuando juréis, esa será la expiación por vuestros juramentos. ¡Sed fieles a lo que juráis! Así os explica Dios sus aleyas. Quizás así seáis agradecidos." (Corán 5:89).  

 

Los Compañeros del Profeta Muhammad, la Paz sea con él, hombres y mujeres, prestaban personalmente a él su juramento de obediencia. Tanto las mujeres como los hombres llegaban de forma independiente hasta él y hacían sus juramentos:    

 

"¡Profeta! Cuando las creyentes vengan a ti a prestarte juramento de fidelidad, de que no asociarán nada a Dios, que no robarán, que no fornicarán, que no matarán a sus hijos, que no dirán calumnia forjada entre sus manos y pies, que no te desobedecerán en lo que se juzgue razonable, acepta su juramento y pide a Dios que les perdone. Dios es Indulgente, Misericordioso" (Corán 60:12).   

 

Un hombre no podía realizar el juramento en nombre de su hija o de su esposa. Ni un hombre podía rescindir el juramento hecho por cualquiera de sus parientes femeninos.    

 

Propiedad de la mujer    

 

En cuanto una mujer judía se casaba, perdía completamente el control sobre su propiedad y sobre las ganancias de su marido. Los rabinos judíos consolidaron el derecho del marido a las propiedades de su esposa como corolario de la posesión ejercida sobre ella:  

 

"Cuando uno ha entrado en posesión de su mujer: no se deduce que él también debe entrar en posesión de sus propiedades?" y "¿Cuando él ha adquirido a la mujer , no ha de adquirir también sus propiedades?"  Así, el matrimonio dejaba a la mujer más rica prácticamente sin dinero. El Talmud describe la situación financiera de una esposa como sigue:  

 

"¿Cómo puede tener una mujer algo si cualquier cosa que tenga pertenece a su marido? Lo que es de él es suyo, y lo que es de ella también es suyo...... Las ganancias de ella y lo que ella pueda encontrar en las calles también son de él. Los artículos de la casa, incluso las migas de pan en la mesa, son suyos. Si ella invitar a alguien a su casa y lo alimenta, estaría robando a su marido..." (San. 71a, Git. 62a)  

 

La consecuencia es que la propiedad de una mujer judía tenía la función de atraer a los aspirantes. Una familia judía asigna una porción de la propiedad del padre para ser usada como dote en caso de matrimonio de la hija. Esta dote hizo que los padres considerasen a las hijas como una pesada carga. El padre tenía que criar a su hija durante años y luego disponer una dote proporcional a la importancia de su matrimonio. Así, una muchacha en una familia judía constituía una carga y no significaba ningún recurso. Esta obligación explica por qué el nacimiento de una hija no era recibido con alegría en la antigua sociedad judía (véase la sección "Hijas Avergonzadas). La dote era el regalo de la boda presentado al novio en los términos de un alquiler. El marido actuaría como dueño efectivo de la dote pero él no podía venderla. La novia perdía cualquier poder sobre la dote en el momento del matrimonio. Es más, se esperaba que ella trabajara después del matrimonio y que todas que sus ganancias debían ir a parar al marido a cambio de su mantenimiento, que era obligación de éste. Ella sólo podría recobrar su propiedad en dos casos: divorcio o muerte del marido. Si ella moría primero, él heredaba su propiedad. En el caso de muerte del marido, la esposa podría recobrar la propiedad prematrimonial pero ella no estaba capacitada para heredar ninguna parte de la propiedad del marido difunto. Hemos de añadir que el novio también tenía que presentar un regalo político a su novia, aunque él era el dueño efectivo de este regalo desde el momento en que estuvieran casados.   

 

Hasta hace poco, la cristiandad ha seguido la misma tradición judía. Las autoridades religiosas y civiles del Imperio Romano Cristiano –después de Constantino– exigieron un contrato de propiedad como condición para reconocer el matrimonio. Las familias incrementaron las dotes a sus hijas y, como resultado, los hombres tendieron a casarse antes mientras las familias posponían los matrimonios de sus hijas más de lo acostumbrado hasta entonces. Bajo la Ley del Canon, se concedió a la esposa el derecho a la restitución de su dote si el matrimonio era anulado, a menos que ella fuese culpable de adulterio. En este caso, ella perdía su derecho a la dote, que permanecía en manos de su marido. Bajo el Canon y el derecho civil, la mujer casada en la Europa Cristiana y en América, vivió sin derecho a su propiedad hasta finales del siglo XIX y principios del XX. Por ejemplo, en la Legislación Inglesa, se compilaron los derechos de las mujeres y se publicaron en 1632. Éstos 'derechos' incluían: "Que la entidad jurídica del marido es él mismo. Que la entidad jurídica de la esposa es el marido." La esposa no sólo perdió su propiedad con el matrimonio, sino que también perdió su personalidad. Ningún acto de ella tenía valor legal. Su marido podía rescindir cualquier venta o regalo hecho por ella, y ningún contrato tenía valor legal. La persona que hacía con ella cualquier contrato se consideraba como un delincuente, por participar en un fraude. Es más, ella no podía demandar o ser demandada en su propio nombre, ni podía demandar a su propio marido. En la práctica, una mujer casada era considerada como un niño a efectos legales. La esposa simplemente pertenecía a su marido y por consiguiente perdió su propiedad, su personalidad legal, y su nombre familiar.   

 

El Islam, desde el siglo séptimo de la Era Común, concedió a las mujeres casadas la personalidad independiente que el Judeocrsitianismo occidental les ha estado negando hasta hace poco tiempo. En el Islam, la novia y su familia no están en absoluto obligados a presentar regalo alguno al novio. La hija, en la familia musulmana, no es una carga. La mujer es considerada tan digna en el Islam, que no necesita presentar regalos para atraer a los pretendientes. Es el novio el que debe presentarse ante la novia con un regalo político. Este regalo es considerado de su propiedad y ni el novio ni la familia de la novia tienen parte o control sobre él. En algunas sociedades musulmanas de hoy, un regalo político de cien mil dólares en diamantes no es raro. La novia retiene su dote incluso si se divorcia posteriormente. El marido no participa de la propiedad de su esposa, excepto en lo que ella le ofrece con su libre consentimiento. El Corán ha expresado con bastante claridad su posición en este asunto:    

 

"Dad a vuestras mujeres su dote gratuitamente. Pero si renuncian gustosas a un parte en vuestro favor, haced uso de ésta tranquilamente" (Corán 4:4)   

 

La propiedad de la esposa y sus ganancias están bajo su pleno dominio y para uso exclusivo de ella, y el mantenimiento de los hijos es responsabilidad de su marido. No importa cuán rica pueda ser la esposa, ésta no está obligada a colaborar en el mantenimiento de la familia a menos que ella decida hacerlo voluntariamente. Los esposos se heredan mtuamente. Es más, una mujer casada en el Islam mantiene una personalidad legal independiente y su nombre familiar. Un juez americano hizo una vez el siguiente comentario sobre los derechos de las mujeres musulmanas: "Una muchacha musulmana puede casarse diez veces, pero su individualidad no está absorbida por la de sus diversos maridos. Ella es un planeta solar con un nombre y una personalidad legal propia."

   
 
 
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