No hay dios sino Allah. Muhammad es el Mensajero de Allah
Esta afirmación es la puerta de Islam y la base de todo lo que integra la forma de vida del musulmán. Todo depende de Él. Él es independiente de todo. El externamente Manifiesto internamente Oculto. Anterior al tiempo pasado, más allá del tiempo infinito. Nada tiene parecido con El.
Y no podemos acceder a la sobrecogedora Presencia de la Realidad Divina si no es a través de Muhammad, el Mensajero de Allah.
Esta descripción de Muhammad está dividida en tres partes. Una, histórica, otra acerca de su carácter, y la tercera describe su naturaleza esencial.
EL ASPECTO HISTÓRICO
Muhammad, que Allah le bendiga y le dé paz según el número de todos aquellos que confían en él, y de todos los que le niegan, desde el día de su nacimiento hasta el día en que la Verdad sea desvelada, era hijo de Abdullah, hijo de Abd al-Mutalib, hijo de Hashim, de la tribu de Quraysh, descendiente de Ismail, hijo de Ibrahim. Nació en Meca, cincuenta y tres años antes de la Hégira. Su padre murió antes de su nacimiento, y su madre, Amina, cuando aún era niño.
Encontró un protector en su abuelo, Abd al-Mutalib, y a la muerte de éste, en su tío Abu Talib.
Su infancia y juventud fueron muy sencillas. No recibió una educación formal, y se ocupaba del rebaño de ovejas y cabras que su familia poseía en las colinas cercanas a Meca.
En cierta ocasión acompañó a su tío en una caravana que se dirigía a Siria, y en el transcurso del viaje encontraron a un ermitaño cristiano llamado Bahíra, quien anunció a Abu Talib que su joven sobrino sería el Profeta de su pueblo.
A los veinticinco años volvió a realizar el mismo viaje, en esta ocasión como mercader al servicio de una acaudalada viuda llamada Jadiya. A consecuencia de su éxito en este viaje, y después de oír referencias acerca de su excelente carácter, ella se casó con su joven agente.
Vivieron juntos veintiséis años, fue madre de sus hijos y le apoyó durante los difíciles años en que intentaba extender el Islam entre las gentes de Meca.
Muhammad acostumbraba a retirarse todos los años durante el mes de Ramadán a una cueva de un monte cercano a Meca.
Cuando tenía cuarenta años, casi al final de este mes, oyó durante la noche una voz que le decía: '¡Lee!'. Respondió: 'No sé leer'. De nuevo dijo la voz: '¡Lee!'. Y de nuevo respondió sobrecogido: 'No sé leer'. Por tercera vez, la voz le ordenó: '¡Lee!'. '¿qué debo leer?', respondió. La voz le dijo: 'Lee en el Nombre de tu Señor que te ha creado. El creó al hombre de un coágulo'.
Este fue el comienzo de la Revelación del Qur'an, que continuó de modo intermitente hasta poco antes de su muerte, veintitrés años más tarde. La voz le dijo que él era el Mensajero de Allah, y al levantar sus ojos, vio a Yibril: el cauce por el que la Revelación le era transmitida desde el Creador del Universo.
Su primer pensamiento fue que se había vuelto loco, pero fue confortado por su mujer, Jadiya, y gradualmente, a medida que la Revelación continuó, su incertidumbre desapareció y aceptó la ingente tarea de ser el Mensajero del Señor de la' creación.
Durante los tres primeros años que siguieron a este suceso, sólo los más próximos a él conocieron lo ocurrido. Jadiya, su hijo adoptivo 'Ah, su esclavo liberto Zayd y su amigo Abu-Bakr, fueron los primeros en aceptar lo que decía y en seguirle.
Por aquel entonces, recibió el mandato de 'salir y advertir', y así comenzó a hablar abiertamente a las gentes de Meca. Les hizo comprender la estupidez de adorar ídolos a la vista de las claras pruebas de la Unidad Divina, manifiestas en la Creación.
Los clanes de la tribu de Quraysh, al ver amenazada su forma de vida, respondieron hostilmente y empezaron a maldecirle y a perseguir a sus seguidores.
A pesar de todo, el número de musulmanes iba en constante aumento, y los quraishitas trataron de detenerle con sobornos, llegando incluso a ofrecerle él que fuera su rey si llegaba a un compromiso con ellos y dejaba de atacar a sus falsos dioses. Con su palabra y su ejemplo, estaba minando y poniendo en peligro la estructura social y la base de su riqueza. Además, el Islam se vio fortalecido cuando Umar Iba al-Jattab aceptó al Profeta. Era éste uno de los más fuertes y respetados de la Quraysh y hasta aquel momento había sido uno de los más acérrimos enemigos del Islam. La Quraysh, dominada por su frustración y rabia, confinó durante tres años en un barranco a todo el clan del Profeta, prohibiendo toda relación con ellos.
Durante este tiempo, murieron su mujer Jadiya y su tío y protector Abu Talib, y asimismo fracasó un intento de llevar el Islam a vecina ciudad de Taif. Fue precisamente en este punto muerto cuando se produjo el Miraj.
Muhammad fue llevado a través de los siete cielos y le fue mostrada la verdadera naturaleza de su ser y el honor que recibía de su Señor, la Realidad Divina.
Al poco tiempo, un pequeño grupo de hombres de una ciudad llamada Yazrib le escucharon durante un viaje que hicieron a Meca. Le aceptaron como Profeta y regresaron a su ciudad con un maestro musulmán. Al año siguiente, volvieron con setenta y tres nuevos musulmanes e invitaron al Profeta a visitar Yazrib. Desde entonces, los musulmanes comenzaron a asentarse en ésta y a abandonar Meca, hasta que el Profeta, después de evitar un atentado contra su vida, viajó con AbuBakr hasta Yazrib, ciudad que recibió el nuevo nombre de Al-Madinat al-Munawwara, la Ciudad Iluminada. Este acontecimiento es conocido como la Hégira, y señala el comienzo de la comunidad musulmana.
Desde este momento, el Profeta recibe de su Señor el mandato de luchar contra sus enemigos, aunque hasta entonces no se habían tomado medidas de auto-defensa. Las primeras expediciones fueron muy pequeñas y en ellas casi no se produjeron luchas. En el segundo año de la Hégira, los quraishitas enviaron un ejército de mil hombres con el pretexto de proteger una caravana procedente de Siria. El Profeta reunió un ejército de algo más de trescientos hombres, y los dos bandos se encontraron en un lugar llamado Badr.
Los musulmanes, mandados por el Profeta, con una confianza total en Allah en sus corazones y el apoyo del mundo angélico, vencieron completamente, y mataron a muchos de los jefes de la Quraysh. La enemistad de la Quraysh siguió aumentando, pero el Islam ya poseía una sólida base.
Al siguiente año, la Quraysh envió un ejército contra Medina, y los musulmanes se encontraron con ellos en la montaña de Uhud, a poca distancia de la ciudad. A pesar de su desventaja, los musulmanes podían haber logrado la victoria, pero el afán de hacerse con botín llevó a un grupo de arqueros a abandonar sus posiciones, y a causa de ello fueron derrotados. Esta derrota motivó el asesinato de musulmanes que viajaban para extender el Is1am, y también una abierta hostilidad por parte de los judíos de Medina, apoyados por elementos descontentos dentro de la comunidad musulmana.
En el quinto año de la Hégira, la Quraysh atacó de nuevo Medina, en esta ocasión con diez mil hombres. El Profeta había organizado la excavación de un profundo foso para la defensa de la ciudad y el encuentro se hizo famoso como 'la Batalla del Foso'. Las tropas de Meca se vieron incrementadas por una tribu de judíos de Medina, pero sin embargo, confundidos por el foso, descorazonados por la sospecha hacia sus aliados judíos y por un viento enconado que estuvo soplando durante tres días y tres noches, recogieron el campamento y se marcharon sin presentar batalla. La tribu judía fue severamente castigada por su traición.
Ese mismo año, el Profeta decidió llevar a Meca una compañía de mil cuatrocientos hombres para hacer el Hach. Acamparon en AI-Hudaybiya, justo a las afueras de la ciudad, pero se les prohibió la entrada. La Quraysh mandó embajadores, y el Profeta firmó un pacto aparentemente poco ventajoso para los musulmanes, y éstos regresaron a Medina sin entrar en la Ciudad Santa. Sin embargo, este pacto que detuvo la lucha entre la Quraysh y los musulmanes, resultó de hecho una gran victoria, y el Islam se propagó desde entonces con más rapidez que antes.
Según los términos del acuerdo, la Quraysh convenía en evacuar Meca al año siguiente durante tres días, mientras los musulmanes visitaban la ciudad y hacían Umrah. Esta fue la primera vez que el Profeta y sus compañeros visitaban Meca después de siete años.
Ese mismo año, el Profeta decidió llevar a Meca una compañía de mil cuatrocientos hombres para hacer el Hach. Acamparon en Al-Hudaybiya, justo a las afueras de la ciudad, pero se les prohibió la entrada. La Quraysh mandó embajadores, y el Profeta firmó un pacto aparentemente poco ventajoso para los musulmanes, y éstos regresaron a Medina sin entrar en la Ciudad Santa. Sin embargo, este pacto que detuvo la lucha entre la Quraysh y los musulmanes, resultó de hecho una gran victoria, y el Islam se propagó desde entonces con más rapidez que antes.
Según los términos del acuerdo, la Quraysh convenía en evacuar Meca al año siguiente durante tres días, mientras los musulmanes visitaban la ciudad y hacían Umrah. Esta fue la primera vez que el Profeta y sus compañeros visitaban Meca después de siete años.
Al año siguiente, el Profeta mandó un ejército de tres mil hombres a enfrentarse a un ataque del Emperador bizantino en Siria. Atacaron valerosamente a cien mil hombres, luchando hasta que tres jefes cayeron muertos. Los pocos supervivientes se retiraron y regresaron a Medina. Por entonces, la Quraysh rompió el acuerdo, y el Profeta, con un ejército de diez mil hombres, atacó Meca. Tomaron la ciudad sin derramamiento de sangre y el Profeta declaró una amnistía general. Perdonó a aquellos que tanto le habían perseguido desde el comienzo del Islam. Estos se hicieron musulmanes y la única destrucción fue la de los ídolos alrededor de la Ka'aba. El Profeta se dedicó entonces a someter al resto de las tribus hostiles, venciendo en la batalla de Hunayn y poniendo cerco y tomando la ciudad de Taif, cuyos habitantes le habían rechazado diez años antes.
En el noveno año de la Hégira, los musulmanes fueron probados por Allah. El Profeta pidió a todos los musulmanes que le acompañaran en una expedición a un lugar llamado Tabuk durante el período más caluroso del año. Algunos le acompañaron y otros se quedaron. La expedición regresó sin haber luchado. Ese mismo año se hizo famoso como 'el Año de las Delegaciones', pues vino gente de toda Arabia a jurar fidelidad al Islam y al Profeta.
En el décimo año de la Hégira, el Profeta condujo el Hach de despedida, al que asistieron ciento cuarenta mil musulmanes. En un discurso en el monte Arafat les recordó los deberes del Islam, y que serían llamados a responder de sus actos, y entonces les preguntó si había expuesto con claridad su Mensaje. La respuesta fue: '¡Si, por Allah!', y él añadió:
'¡Oh Allah, tú eres testigo!'. Poco después de su regreso a Medina, enfermó y murió con la cabeza sobre el regazo de Aisha, su esposa más amada.
Durante los últimos diez años de su vida, dirigió veintisiete campañas, en nueve de las cuales hubo intensas luchas. Supervisaba personalmente cada detalle de la administración y juzgaba él mismo en cada caso, siempre accesible al que solicitaba su atención. Destruyó la adoración a los ídolos y sustituyó la arrogancia y violencia de los árabes, su inmoralidad y embriaguez por la humildad y la compasión, la armonía y la generosidad, creando una sociedad realmente iluminada como no ha existido otra, la comunidad de los compañeros del Sello de los Profetas, el último Mensajero, el esclavo de su Señor: Muhammad.
SU CARÁCTER
Muhammad, que Allah le bendiga y le dé paz según el número de las cosas hermosas y según el número de las buenas cualidades manifestadas en los hombres desde el comienzo del tiempo hasta el final del tiempo, parecía, cuando estaba Solo, un hombre de mediana estatura. Pero cuando se encontraba con otros, ni empequeñecía a aquellos más bajos que él, ni parecía más bajo que los que eran más altos. Estaba bien proporcionado, con un pecho amplio y anchos hombros, y sus miembros eran fuertes y bien proporcionados. En su espalda, entre sus omóplatos, y más cerca del derecho que del izquierdo, tenía el sello de la profecía: un lunar negro rodeado de pelillos.
Su rostro era ovalado, de tez blanca, con un ligero tinte moreno. Su frente era despejada y tenía unas cejas muy largas y arqueadas con un espacio entre ellas donde se señalaba una vena que palpitaba en momentos de gran emoción. Sus ojos eran negros y separados. Tenía pestañas largas y espesas. Su nariz era aquilina y su boca y sus labios estaban bien proporcionados. Sus dientes, con los que era muy cuidadoso, estaban bien dispuestos y proyectaban un blanco brillante cuando sonreía ó al reír. Era de mejillas anchas y uniformes, con una barba negra y espesa que tenía, a su muerte, diecisiete canas. Su cara estaba enmarcada por una abundante melena que caía en ondas hasta sus orejas y hombros, y que él a veces se trenzaba y otras veces se dejaba suelta. La transparencia de su rostro era tal que su ira ó su agrado brillaban directamente a través de ella. Su cuello, ni corto ni largo, era del color de la aleación del oro y la plata. Sus manos tenían la textura del satén, con anchas palmas y largos dedos, de las que emanaba un dulce perfume que permanecía en las cosas que tocaba. El arco de sus pies era pronunciado y su andar era el de un hombre que camina cuesta abajo con rapidez y modestia.
Era de temperamento amable y de hermosos modales en medio de un ambiente acostumbrado a una violencia arrogante. Nunca era insultante y jamás despreció al pobre ó al enfermo. Honraba la nobleza y recompensaba según la valía, dando a cada cual lo más adecuado a sus necesidades. Jamás se humilló ante la riqueza ó el poder, sino que llamaba a todos los que acudían a él a la adoración de Allah.
Era siempre el primero en saludar a quien se encontrase, y nunca era el primero en retirar la mano. Era infinitamente paciente con todos los que a él acudían en busca de consejo, sin importarle la ignorancia de los incultos ó la tosquedad de los malcriados. En cierta ocasión, un beduino acudió a él con una petición y le tiró tan bruscamente de la ropa que le arrancó un trozo. Muhammad se rió y dio al hombre lo que pedía.
Una de sus cualidades era que siempre tenía tiempo para todos los que le necesitaban. Era considerado con los visitantes hasta el punto de ceder su propio sitio ó extender su capa para que se sentaran en ella; y si rehusaban, insistía hasta que aceptaban. Prestaba a cada invitado su total atención, de tal manera que todos sin excepción sentían que ellos eran los más honrados.
De todos los hombres, era el menos dado a la ira y el que con menos se complacía. Los errores de sus acompañantes no eran mencionados y nunca culpaba ó amonestaba a nadie. Su criado Anas estuvo con él diez años y durante este tiempo Muhammad no le llamó la atención una sóla vez, ni siquiera para preguntarle que por qué no había hecho algo.
Disfrutaba escuchando buenas opiniones sobre sus compañeros y lamentaba la ausencia de éstos. Visitaba a los enfermos aún en los barrios de Medina más distantes de su casa y de más difícil acceso. Acudía a las fiestas y aceptaba las invitaciones tanto de esclavos como de hombres libres. Acompañaba a las comitivas fúnebres y rezaba sobre las tumbas de sus compañeros. A dondequiera que fuese iba siempre sin protección, aún entre gente de probada enemistad.
Poseía una voz fuerte y melodiosa, y aunque permanecía silencioso durante largos periodos, siempre hablaba cuando la ocasión lo exigía. Cuando lo hacía, era extraordinariamente elocuente y preciso, sus frases estaban bien construidas y eran tan coherentes que aquellos que le escuchaban, quienesquiera que fuesen, las entendían fácilmente y recordaban sus palabras. Solía hablar dulce y desenfadadamente cuando se encontraba con sus esposas, y con sus compañeros era el hombre más alegre y sonriente, apreciando lo que decían y charlando amigablemente con ellos. Nunca se enfadaba por sí mismo ó por cuestiones relacionadas con este mundo, pero cuando se irritaba por algo tocante a Allah, nada podía ponerse en su camino. Cuando enviaba a alguien a algún lugar, apuntaba siempre con toda la mano. Cuando algo le complacía, volvía las palmas hacia arriba. Cuando hablaba con alguien, volvía todo su cuerpo hacia él. Todo lo que hacía lo hacía a fondo.
Su generosidad era tal que cuando le pedían algo nunca decía que no. En cierta ocasión siguió dándole ovejas a un beduino que insistía en pedirle más y más, hasta que las ovejas llenaron un valle entre dos montes, y el hombre quedó anonadado. Nunca se iba a la cama hasta que todo el dinero de su casa había sido distribuido entre los pobres, y con frecuencia repartía parte de su reserva anual de grano, de forma que él y su familia carecían de él antes de terminar el año. Solía preguntar a la gente sobre sus necesidades sin que acudiesen a él y les daba todo lo que necesitaban. Así como era de generoso con sus pocas posesiones, era de generoso de sí mismo, dando sin cesar consejo, ayuda, amabilidad, perdón, y rebosante amor.
Amaba la pobreza y siempre se le encontraba con los pobres. Su vida era lo más sencilla posible. Se sentaba siempre en el suelo, y a menudo, cuando estaba con sus compañeros, se sentaba en la última fila para que los visitantes no pudieran distinguirle de los demás. Comía de un plato colocado en un mantel sobre el suelo y nunca usaba una mesa. Dormía en el suelo sobre una esterilla de palma cuyas marcas se le señalaban en la piel, aunque no rechazaba las comodidades si le eran ofrecidas.
Tanto él como su familia pasaban a menudo hambre y a veces transcurrían meses enteros sin que saliese humo de su casa ó de las de sus esposas, pues sólo tenían dátiles y agua, y carecían de alimentos que cocinar y de aceite para las lámparas. Sin embargo, en las ocasiones en que disponía de alimentos, comía bien. Solía decir que el mejor plato era aquel en el que había más manos comiendo. Nunca criticaba la comida. Si le gustaba, la comía, y si no, la dejaba.
Solía atar al camello macho y alimentar a los animales usados para acarrear agua. Barría su habitación, arreglaba su calzado, remendaba su ropa, ordeñaba la oveja, comía con los esclavos y los vestía con ropas iguales a las suyas. Molía el trigo él mismo cuando su esclava se cansaba, y llevaba lo que había comprado desde el mercado hasta su casa. Decía: '¡Oh Allah!, permíteme vivir, crecer y morir con los pobres', y al morir no dejó ni un dinar ni un dírham.
Se vestía con lo que encontraba a mano, siempre que fuese correcto, aunque especialmente le gustaban las ropas verdes y blancas. Cuando estrenaba una prenda nueva, regalaba la vieja. A veces vestía de lana basta. Poseía un manto del Yemen, a rayas, por el que sentía especial predilección. Amaba los perfumes y compraba los mejores que encontraba. Las únicas posesiones que tenía en gran estima y a las que cuidaba mucho eran sus espadas, su arco y su armadura, las cuales usaba sin temor y frecuentemente en las expediciones que dirigía.
Por encima de todo, fue a través de él cómo el Qur'an fue revelado, y la totalidad de su vida fue una constante manifestación de las enseñanzas en él contenidas. Fue el ejemplo perfecto para su comunidad, tanto en cómo debían ser los unos con los otros, como en su relación con su Señor, el Creador del Universo. Les enseñó a purificarse, cómo y cuándo postrarse ante Allah. Cómo y cuándo ayunar. Cómo y cuándo dar. Les enseñó cómo luchar en el camino de Allah. Dirigía la oración con ellos y se postraba durante la noche, sólo, hasta que sus pies acababan hinchados. Cuando alguien le preguntaba que por qué lo hacía, su respuesta era: `¿Acaso no debo ser un esclavo agradecido?'. Tenía una oración para cada acción y nunca se levantaba ó se sentaba sin mencionar a Allah. Todos sus actos los realizaba con la intención de complacer a su Señor. Enseñó a su comunidad todo aquello que podía llevarles más cerca de Allah, y les prevenía contra todo aquello que pudiese alejarles de Él. Inspiraba amor y profundo respeto en todos los que le trataban, y sus compañeros le amaban y honraban aún más que a sus familias, posesiones, e incluso más que a sí mismos.
En cierta ocasión, su compañero y amigo íntimo Abu-Bakr as-Sidiq metió uno de sus pies en un agujero donde había una serpiente que le mordió, con tal de no despertar a su amado Profeta, que dormía en aquel momento.
Su yerno y primo Alí se arriesgó a ser asesinado en su lugar, y existen muchos más relatos que reflejan la devoción que inspiraba en todos los que le seguían. La unanimidad en las reacciones de todos los cercanos a él y la descripción que de él nos ha llegado a través de ellos, nos muestran a un hombre de tal perfección de carácter que no puede quedar ninguna duda de la veracidad del Mensaje y de la Guía que trajo: el Camino del Islam.
Su Señor le dice en el Qur'an: 'Te hemos creado con un carácter vasto', y él decía: 'Yo he venido a perfeccionar el buen carácter'. Este es justamente el objetivo y el resultado de seguir el camino del Sello de los Profetas, el último Mensajero, el esclavo de su Señor: Muhammad.
SU NATURALEZA ESENCIAL
Muhammad, que Allah le bendiga y le conceda paz según el número de las cosas creadas desde el principio de la Creación, hasta el día en que todas las cosas desaparezcan ante el desbordante esplendor de la Divina Majestad, dijo que su Señor dijo: 'Yo era un Tesoro escondido y deseé ser conocido, y creé el Universo para así poder ser conocido'. Fue este deseo de auto-conocimiento expresado en las profundidades de la Esencia de la Divina Unidad, lo que hizo que se iniciase el proceso de creación y llevó al despliegue de los diversos planos de existencia, con todas las formas en ellos contenidas, incluida la Tierra con toda su vida mineral, vegetal y animal.
En un preciso momento, cuando el entorno estaba completamente preparado, se dio vida a una nueva criatura: el hombre. Hasta ese momento, todas las diferentes formas de vida tenían distintos grados de consciencia; pero al hombre le fue dada, por su Creador y Señor, la capacidad de reconocer no sólo su entorno físico, sino también el hecho de que él era una parte inseparable de una Realidad que él percibía en sí mismo y en todo a su alrededor. El era la cima y perfección de toda la creación y el medio a través del cual el 'Tesoro escondido' podría alcanzar su deseo de auto-conocimiento completo.
En las profundidades del ser del hombre hay un secreto insuflado en su interior por su Señor que desemboca en la Majestad y la Belleza de la Unidad Divina. Muhammad dijo que su Señor dijo: 'El Universo entero no puede contenerme, pero el corazón de Mi leal esclavo Me contiene . El Qur'an dice: 'Ofrecimos el cometido a los Cielos, a la Tierra y a las montañas, pero rehusaron su peso y tenían temor de él, y el hombre lo aceptó. Es cierto que actúa erróneamente, muy alocado'.
Esta actividad errónea y alocada por parte del hombre le llevó a olvidar su verdadera naturaleza y a perder la consciencia de la Unidad Divina. Se vio cada vez más atrapado en la percepción de sus sentidos, y poco a poco fue dando realidad intrínseca a las formas creadas. Sin embargo, debido a la Misericordia inherente a la Realidad Divina, en medio de las diversas comunidades humanas surgieron hombres para enseñar lo que habían perdido y restituir al hombre a su verdadera naturaleza. Estos hombres, conocidos como Profetas y Mensajeros, fueron creados con este sólo propósito; y aunque no eran más que hombres entre los hombres, estaban bendecidos desde su nacimiento con una percepción diáfana de la Divina Realidad y del conocimiento de cómo vivir en armonía con el Señor del Universo, mientras que los hombres a su alrededor se debatían en la oscuridad del olvido y en una creciente ignorancia.
Estos Profetas y Mensajeros trajeron a sus comunidades el conocimiento y la dirección que necesitaban, y les sirvieron de ejemplo, atrayéndolos de nuevo hacia la adoración y el reconocimiento de su Señor, la Única Realidad. Son la perfección del ser humano, íntegros a pesar de su contacto con esta existencia; continuamente conscientes de la Presencia de su Señor.
El primero de ellos fue el primer hombre: Adán, y siguieron apareciendo a través de la historia de la humanidad sobre la Tierra, hasta que la cadena se completó con la llegada del Sello de los Profetas, Muhammad. El Qur'an dice de él: 'Muhammad no es el padre de ninguno de vosotros, sino que es el Mensajero de Allah y el Sello de los Profetas.
Hemos visto que la cúspide y plenitud del proceso de creación tienen lugar en el hombre. Aunque fue el último en aparecer, todo lo que le precedió fue en preparación para él, el medio a través del cual el Señor del Universo llegaría a conocerse a sí mismo. El deseo de este auto-conocimiento fue lo que desencadenó todo el despliegue de la Creación y así, la primera idea se hizo realidad en la forma final. En el hombre, lo primero y lo último están unidos. Si deseas un fruto, debes primero plantar un árbol, esperar a que crezca, que florezca, y finalmente dé el fruto. Sin embargo, la idea del fruto precedió al plantar el árbol.
Como dijimos, la perfección del hombre se encuentra en los Profetas y Mensajeros, que son los modelos y ejemplos para el resto de la humanidad, y en quienes la Unidad Divina está más perfectamente representada. Ellos son los que corresponden más exactamente al deseo original de auto-revelación de la Divina Esencia y son, por esto, los primeros seres en el desarrollo de la Creación. Como lo último y lo primero están combinados en el hombre, la última de las criaturas, así también están combinados en Muhammad, el último de los Mensajeros. El dijo al respecto: 'Yo fui el primer Profeta creado y el último en comunicar Su Mensaje'. Y también afirmó: 'Yo era un Profeta cuando mi hermano Adán estaba entre el agua y el barro'. Y dijo aún más: 'Cuando Allah quiso crear el Universo, cogió una porción de su Luz y dijo: '¡Sé Muhammad!'.
Muhammad es el primer punto del que surge Luz desde la inmensidad impenetrable y absolutamente incognoscible de la Divina Esencia. Es el primer ser en el despliegue de la Creación del Universo. Es la pantalla a través de la cual los Atributos Divinos se filtran al resto de la existencia, y el gran velo mediante el cual la Creación es protegida del abrumador poder de la Divina Majestad. Es la Luna que refleja la pura Luz del Divino Sol. Es la más alta manifestación de los Nombres y Atributos de Allah y el medio a través del cual éstos fluyen al resto de la Creación.
El es Muhammad, el hijo de Abdullah, hijo de Abd al-Mutalib, nacido en Meca cincuenta y tres años antes de la Hégira. Le fue dada una visión completa de su incomparable estación con el Señor del Universo durante el Miraj, su 'Viaje Nocturno', cuando fue llevado a través de los siete cielos hasta pasado el Arbol de Loto, que señala el limite más lejano en el cual, hasta Yibril, el más grande de entre los ángeles, fue obligado a detenerse. Desde allí se arrastró a una distancia de dos arcos de su Señor, y alcanzó su realización completa y el apaciguamiento de todo deseo. Su viaje fue el retorno al punto del que había salido cuando comenzó esta existencia, y fue su total descubrimiento de la profundidad y perfección de su propio ser: el pináculo y el eje de la Creación y la manifestación más pura de la Belleza, Misericordia, Generosidad y Equilibrio Divinos. Por razón de su cercanía a la Esencia Divina, ya que no existe nadie más cercano que él, le fue dado el nombre de al-Habib, el Amado.
Pero debe recordarse que a pesar de su incomparable estación con el Creador del Universo, Muhammad no es más que una criatura y absolutamente impotente frente a su Señor, el Uno, sin compañero. El es el Mensajero que trae a la humanidad el último y perfecto camino que recoge y anula la enseñanza de todos los que vinieron antes que él. Es, al mismo tiempo, absolutamente esclavo de su Creador, consciente de que todo el poder y la fuerza vienen de Él. Para el musulmán no existe la posibilidad de adorar a Muhammad, pues el Señor es siempre el Señor, y el esclavo no puede ser más que un esclavo, dependiente por completo de su Creador. De hecho, más que ninguna otra criatura, Muhammad es consciente del absoluto poder de su Señor y de su propia y total incapacidad.
Y sin embargo, a Muhammad (y su nombre significa 'Digno de Alabanza'), le ha sido dado por el Señor del Universo un lugar por encima de cualquier otra criatura, y todos los musulmanes deben darle el honor debido a su rango y pedir bendiciones para él. El Qur'an dice: 'Ciertamente Allah y Sus ángeles bendicen al Profeta. ¡ Oh tú que confías!, reza para que le sean concedidas paz y bendiciones'. Dada su posición con Allah, por quien todas las cosas son adornadas en su existencia, bendecirle a él es bendecir a toda la Creación, y dada la generosa naturaleza de la Divina Realidad, las bendiciones vuelven aumentadas sobre aquel que las pronuncia. Muhammad dijo: 'A aquel que me bendice cien veces, Allah le bendice mil veces, y a aquel que me bendice mil veces, Allah prohíbe al Fuego que toque su cuerpo'.
La proximidad de Muhammad con su Señor y su comprensión de su propia ignorancia ante el Conocedor de todas las cosas, le convierten en el perfecto vehículo para la Revelación de la Divina Palabra en el Qur'an. Por ésto, es el Mensajero, el esclavo, y también el Profeta iletrado. Ningún conocimiento puede atribuírsele a él. Todo su conocimiento procede de Allah y sólo El conoce lo Visible y lo Invisible. Su posición de absoluta receptividad y total servidumbre hacia su Señor demuestra que todas sus palabras y acciones estaban en completa armonía con la Unidad Divina, y su Mensaje a la humanidad no sólo estaba contenido en el Qur'an, sino que quedó igualmente demostrado en la forma en que vivió y en lo que dijo durante su vida. El musulmán es instruido a través del Qur'an: 'Obedece a Allah y obedece al Mensajero'. La obediencia a Muhammad es obediencia hacia Allah. El amor a Muhammad es amor por Allah. La animosidad hacia Muhammad es animosidad hacia Allah. 'Aquel que te odiase, ése es el desahuciado'
Muhammad es el que está completamente entregado a su Señor. Escuchándole y haciendo lo que dice, imitando su conducta y aumentando su amor hacia él, el musulmán espera aproximarse a él, ya que la proximidad a él es proximidad a su Señor. Al acercarse a Muhammad, el hombre se acerca a Allah.
Muhammad es el más grande de la Creación a los ojos de su Señor, es el que intercederá por todos los hombres el día del Juicio Final, cuando todos sean llamados a responder por sus actos en esta existencia. El día en que 'Aquel que haya hecho un átomo de bondad lo verá, y aquel que haya hecho un átomo de maldad, lo verá'. De todos los seres, es quien ha recibido la mayor generosidad y compasión, y por ser el Amado de su Señor, todos los que tengan en sus corazones el más pequeño grano de confianza hacia él, serán apartados del tormento y llevados a la gloria.
Muhammad es el más próximo a Allah, él Amado de Allah, el primer derrame de Luz de la Esencia de Allah, y por esto, el Camino hacia Allah pasa inevitablemente a través de él. En su 'Viaje Nocturno' pasó a través de los siete cielos hasta las profundidades de su ser y la Presencia de su Señor, y regresó para describir a los hombres el Camino que conduce al Señor del Universo. Este Camino está abierto a todos aquellos que desean seguirlo. Todos los que realicen este viaje hacia la búsqueda de su verdadera naturaleza, encontrarán que el Camino a la Realidad Divina en la profundidad de sus corazones, es el Camino del Sello de los Profetas, el último Mensajero, el esclavo de su Señor: Muhammad.
Ninguna descripción de Muhammad, por muy detallada y bien informada que esté, puede transmitir quién es en realidad. El número de sus perfecciones es incontable y aún los más grandes poetas de entre aquellos que le aman, acaban por admitir la imposibilidad de alabarle lo suficiente.
Si deseas un conocimiento real de Muhammad, debes mirar a la gente que se ha entregado a seguir su ejemplo en todos los aspectos de su vida. En ellos verás algo de la cualidad y luminosidad interiores de Muhammad que Allah le bendiga y le dé paz. De ellos podrás aprender el Camino de Islam, el sendero de sumisión que conduce a la paz.
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